La semana pasada un apagón general en Barcelona nos recordó algo importante: que la educación no depende de la electricidad, sino de la conexión, la curiosidad y la comunidad.
Mientras las redes móviles y el Wi-Fi desaparecían, algo extraordinario ocurrió en St. Paul’s School: el aprendizaje no se detuvo.
Vida sin electricidad por el apagón, pero con propósito
Mientras la ciudad trataba de entender qué había pasado, nuestras aulas seguían llenas de energía. Los alumnos más pequeños apenas notaron el apagón. Leían cuentos, jugaban y seguían con sus clases con la misma alegría y concentración de siempre.
Incluso cuando se fue la luz en el comedor, nuestro equipo reaccionó con una calma y creatividad admirables. Algunos niños lo vieron como una molestia, otros como una aventura inesperada, pero todos fueron atendidos, alimentados y cuidados.
Por supuesto, el apagón no pasó del todo desapercibido. Nuestros alumnos de Bachillerato, que estaban a punto de comenzar sus exámenes finales, tuvieron que hacer una pausa. ¿Su reacción? Alivio. Un día extra para repasar, reflexionar y respirar: un regalo inesperado.
Fuera del colegio, Barcelona recuperó un ritmo antiguo. Sin pantallas ni distracciones, los vecinos se reunieron, sonaron las radios y los niños salieron a las calles. Durante unas pocas horas, la ciudad miró hacia arriba y se reconectó: con la naturaleza, con los demás, con el presente.
Lo que realmente alimenta el aprendizaje
La experiencia nos recordó algo fundamental: aunque las herramientas digitales son valiosas, no son el corazón de la educación. El verdadero motor del aprendizaje está en la curiosidad natural de los niños, en sus vínculos con los profesores y en el ritmo compartido del día escolar.
La tecnología potencia el aprendizaje, pero no lo define. A todas nuestras familias: gracias por vuestra confianza, vuestra flexibilidad y vuestra calma. Ya fuera recogiendo a vuestros hijos cuando pudisteis, o simplemente confiando en que todo estaba bajo control, vuestro apoyo lo hizo todo mucho más fácil.