Julia Fontana
Curso 1997/98
Cómo pasa el tiempo: terminé mis estudios en St. Paul’s en junio de 2002. Tengo muy buenos recuerdos de los doce años que pasé en el centro, donde recibí una formación excelente que me ha ayudado en cada uno de los pasos que he dado desde entonces. Aunque mi sueño era dedicarme al cine, completé el Bachillerato Biosanitario y lo disfruté mucho. He acabado en el mundo del cine pero no me estorba saber qué es una mitocondria; que la amilasa ayuda a digerir el almidón; y por qué a mi abuela, cuando se moja el pelo, se le va al garete la permanente.
A la Selectividad íbamos tan bien preparados que la recuerdo como un paseo. Obtuve la nota que necesitaba para acceder a la Licenciatura en Comunicación Audiovisual de la Pompeu Fabra, cuya nota de corte es ridículamente alta, especialmente si tenemos en cuenta lo mucho que tardamos sus licenciados en conseguir un sueldo “comodiosmanda”. En la Pompeu descubrí, al comparar mi bagaje académico con el de alumnos de otros centros, que éstos habían recibido una formación de corte muy local, mientras que en St. Paul’s se habían esforzado por ofrecernos una perspectiva global en todos los ámbitos. Esto ha acabado siendo una gran ventaja en mi trayectoria.
Me licencié con el Premio Extraordinario de Fin de Carrera, que no es gran cosa en una promoción de ochenta alumnos pero que, quieras que no, ayuda a dar lustre al currículum. En enero de 2007, recién licenciada y sabiendo de cine mucho menos de lo que creía que sabía, realicé unas prácticas en el CDA, el Centro de Desarrollo Audiovisual del Institut Català de les Indústries Culturals. Siendo este un órgano dependiente de la Generalitat, me resultó de gran ayuda ser capaz de leer, escribir y hablar en perfecto catalán como nos habían enseñado en el colegio. Al término de mis prácticas, fui contratada para entrar a formar parte del equipo. Allí me dedicaba a atender a productoras que acudían al centro en busca de asesoramiento para mejorar sus proyectos para cine o televisión. Leíamos los guiones y nos reuníamos con guionistas, directores y productores para ayudarles a mejorar sus historias y a aumentar las posibilidades de financiar sus proyectos.
En mayo de 2008, cuando el CDA sufrió una reestructuración debido a un cambio político, decidí marcharme. Miriam Porté, una productora a la que le había gustado mi trabajo en el CDA, me fichó para llevar el área de desarrollo de su productora, Distinto Films. A pesar de la crisis económica y de que a los bancos les hacía poca gracia prestar dinero (en general, para cualquier cosa; y, en particular, para hacer películas), conseguimos levantar varios proyectos. El largometraje El Gran Vázquez, dirigido por Óscar Aibar y protagonizado por Santiago Segura, se estrenó en la Selección Oficial del Festival de San Sebastián en septiembre de 2010. La película para televisión Clara Campoamor: la mujer olvidada, de Laura Mañá, se emitió en TVE en marzo de 2011 y generó buenos resultados de audiencia y una cálida acogida por parte de la crítica.
En verano de 2009, me trasladé a Nueva York con el objetivo de continuar mi carrera profesional en la industria audiovisual estadounidense. Realicé prácticas en varias productoras independientes. Sin duda, el nivel de inglés que tenía gracias al hecho de haber estudiado en St. Paul’s fue fundamental a la hora de dar ese paso. Mi trabajo en Nueva York consistía en leer guiones, en realizar informes para los guionistas y en prestar apoyo logístico con las tareas administrativas del día a día en la oficina. Así que no bastaba con “saber inglés”; mi competencia lingüística tenía que dar tanto para convencer a un oscarizado guionista de que su segundo acto no funcionaba como para atender con exquisita etiqueta telefónica a Susan Sarandon (que, por cierto, llamaba a menudo). Nada de eso hubiera sido posible si no hubiera sido porque, en St. Paul’s, tuve profesores nativos desde pequeña.
En 2010 gané una beca Fulbright que me permitió ser admitida en UCLA, donde estoy cursando un Máster de producción y guión de cine y televisión. Viviendo en Los Ángeles constato a diario la situación privilegiada de la que parto. Mientras a mi alrededor veo el desajuste que sufren quienes no han estado expuestos a otras culturas desde pequeños, yo me siento a la altura de mis compañeros americanos a todos los niveles y, cada vez que me sorprendo a mí misma desenvolviéndome en inglés como si fuera prácticamente mi lengua materna e integrándome en esta cultura con la mayor familiaridad, agradezco que mis padres tomaran la sabia decisión de llevarme a St. Paul’s.
Me doy cuenta de que el colegio fue el primero de una serie de pasos que se han ido sucediendo en gran medida como consecuencia de aquel primero. Una formación escolar excelente no te da solo una formación excelente, sino algo muchísimo más relevante: la convicción de que puedes aspirar a la excelencia. Esa convicción trae la dedicación y el esfuerzo, que no hacen sino aumentar las probabilidades de éxito. Siendo pocos alumnos por curso y estando distribuidos en clases muy reducidas, los profesores en seguida sabían de qué pie cojeaba cada uno – en lo académico y en lo personal. Yo me sentí apoyada y retada a partes iguales por el profesorado y salí del colegio preparada para lidiar con todo lo que había más allá de aquella feliz burbuja.